Vocación con azúcar


untitled.pngCiertamente una taza de café humeante sabe mejor con azúcar y un poco de leche; a los espaguetis les va bien el tomate; a la hamburguesa la mostaza o el kétchup y a las patatas fritas un poco de sal. Un bizcocho es mucho más sabroso con chocolate y licor; y no digamos lo exquisita que está la nata en el helado. Estos ejemplos valen para hablar sólo de sabores. No trato ahora de sus efectos colaterales para el colesterol, la obesidad o los triglicéridos.

Pero todas estas técnicas de aderezo y sazonamiento de alimentos, más o menos válidas en el campo culinario, fallan cuando queremos aplicarlas a la vocación. Un café con azúcar sabe mejor, pero vocación con azúcar deja de ser vocación. Lo mismo si se le unta edulcorante de dieta o se le agrega leche desnatada. Todo animador vocacional debe tener muy claro que la vocación se sirve sola, sin aditivos.

  La  vocación pide amar a Dios sobre todas las cosas y entregarle la vida. «Bien. Sí. Sobre todas las cosas menos sobre mi deporte preferido». O sea, vocación con kétchup.

  La vocación implica tomar la cruz. «Bien, de acuerdo, pero pásame un buen cojín para el hombro, contrátame tres ayudantes fieles para que la carguen por mí, y que la cruz sea de la madera más ligera del mercado». O sea, vocación con azúcar.

La vocación dice que los sencillos y limpios de corazón son los que verán a Dios. «Bien pero no es para tanto, tranquilo, no hay que ser exagerado, si todo el mundo no le hace ningún caso, no tiene que estar tan mal». O sea, vocación con miel silvestre.

La vocación demanda desapegarse de las posesiones. «Sí. Lo que pasa es que estamos en el siglo del consumismo, y por lo mismo tengo que comprar y comprar, da igual si no lo necesito». O sea, vocación con mayonesa.

  La vocación te invita a la oración. «Sí, es importante, pero no hay tiempo, ¿no ves que soy una persona muy ocupada? El tiempo libre debe ser más bien para pasear, ir de marcha con los colegas,…». O sea, vocación con relleno sabor chocolate.

  La vocación requiere detenerse y plantearse el futuro ante Dios. «Lo sé. Pero hoy en día es peligroso. No sabes lo que puede pasar. Igual pierdes un tiempo precioso y luego ¿quién te asegura que lo vas a recuperar?». Vocación con leche descremada y un poco de mermelada.

  La vocación demanda fidelidad. «Bien pero uno debe tener sus propias ideas, yo comparto muchas cosas de las que dice Jesús, pero no estoy de acuerdo en algunos puntos de la moral.» O sea, vocación con salsa alioli.

La vocación te dice que estás de paso, que la vida es un soplo, que la aproveches minuto a minuto. «Sí, bien, pero tampoco hay que amargarse, hay que aprovechar la vida haciendo lo que a uno le gusta, no sabes lo bien que yo me llevo con la pereza.» O sea, vocación con mostaza.

En su evangelio, Cristo no le puso kétchup ni mayonesa ni tomate. Él no le agregó azúcar ni miel silvestre ni grageas multicolores. Él no lo cubrió con un relleno sabor chocolate ni mermelada. Él no le añadió leche condensada ni descremada. Cristo no neutralizó su Evangelio con mostaza. La vocación se sirve sola. O se vive como es o no es vocación cristiana.

Juan  Carlos cmf

Inicio El P. Claret es recordado por los sacerdotes en la Plaza de San Pedro. 13 junio, 175 aniversario Ordenación Sacerdotal S. Antonio Mª Claret


folleto_web1_jpg.jpgCd. Del Vaticano. Unos quince mil sacerdotes de todo el mundo asistieron la noche del 10 de Junio a la Plaza de San Pedro. Esta concentración sacerdotal ha sido considerada la mayor en la historia de la Iglesia.

Respondiendo a la convocatoria del Papa Benedicto XVI, se ha tenido una Vigilia de oración como parte de las celebraciones conclusivas del “Año Sacerdotal”.

Entre esta multitud, una pequeña representación claretiana ha gozado al descubrir que, en los asientos reservados a los sacerdotes, les esperaba un obsequio: un pequeño libro editado por la Congregación para el Clero. El libro se titula “Adorazione eucaristica per la santificazione dei sacerdote e maternità spirituale”.

Al final del libro, en las páginas 48-50 se encuentran unos textos del P. Fundador y una imagen del mismo. Esta referencia a nuestro Fundador, que ahora será más conocido por el clero universal, es un buen complemento para la celebración del 175 aniversario de su ordenación sacerdotal.

El año sacerdotal ha concluido con una celebración eucarística, presidida por el Papa, durante la mañana del 12 de Junio, Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.

Carta vocacional. Junio 2010. La tentación del censo


1590921105_82c0a8cc94.jpgTodo animador vocacional debe ser precisamente eso: ANIMADOR. No desanimador.  Y de todas sus tareas, a mi modo de ver, la más importante es la de irradiar esperanza. Contagiarla no sólo a los jóvenes con los que trata en su ministerio pastoral, sino propagarla a todos, sean o no cercanos a la fe o a la Iglesia… Pero, ¿de dónde podrá sacar esta esperanza? Más aún, ¿cómo reconocer que se trata de esperanza evangélica y, por ello, también cordimariana?

En sus exámenes de conciencia, es muy frecuente que un animador vocacional busque fuentes equivocadas donde saciarse su esperanza. Por ejemplo, hacerla depender de los buenos resultados que logra, o de la cantidad de actividades que realiza al cabo del período pastoral, o –peor aún- de subir peldaños en la estima eclesial o congregacional, o de realizar cosas llamativas, o de haber engendrado muchos… “hijos” (haber colaborado decisivamente en el ingreso de algunos en la congregación o contar en su haber con obras que evidencien que ha sido él –él y no otros- quien las ha “dado a luz”). ¿No sigue siendo real este síndrome?

Despertemos de una vez. El brillo de la animación vocacional no podrá depender jamás de nuestro poder como claretianos, ni de que mostremos una capacidad de influir sobre la sociedad superior a la de otros agentes sociales, ni siquiera de ser respetados y promocionados por los más influyentes, ni por las muchedumbres que consigamos reunir en las asambleas que convocamos… Nuestra Familia claretiana no vale más o menos en virtud de las obras que acomete, ni de la cantidad de sus miembros, ni de su brillante historia, ni de su renombre social, ni de su eficiencia apostólica, ni del número de cardenales y obispos catalogados en sus filas, ni de nuestra proyección social…

Debemos estar atentos y vigilantes porque ésa es una tentación constante para quienes trabajamos buscando obreros para la mies del Señor: Una vieja tentación que acecha, ya desde los tiempos del rey David, cuando, preocupado por valorar la grandeza del poder bélico de Israel, cometió la necedad de censar a su pueblo para calcular las fuerzas con las que podía contar. Eso fue considerado un pecado grave, que atrajo sobre sí la ira y el castigo del Señor, único apoyo de su pueblo, que –¡pobre de él!- tuvo que pagar un alto precio por el pecado cometido por su rey (cf. 2 Sam 24, 1-9).

Tal vez a nosotros nos parezca excesiva la reacción divina. A nosotros que estamos continuamente contándonos y, en algunos contextos, hacemos estadísticas y proyecciones lúgubres, añorando un pasado que ya no existe y temiendo el futuro, más o menos lejano, en el que podríamos no existir según esos balances. Y sin embargo, ¡con qué frecuencia la historia de la Iglesia –y también la de los institutos religiosos- ha desmentido las previsiones más catastrofistas!

Precisamente ésta es la tentación: mantener una mirada deprimida y deprimente al observar y vivir este tiempo de escasez vocacional, y esparcir melancolía alrededor. Somos creyentes que corremos el riesgo de perder de vista que nuestro nombre está escrito en el cielo –meta de la perenne esperanza-, alto y seguro por encima de nosotros y de nuestras tristezas.

         Juan Carlos, cmf

Vocacionalizar la educación


3563060975_4e294902b32.jpgJunio − 2009

Una de las cosas más difíciles que existen es la educación. Tarea que toca a padres, educadores y catequistas, y que debe orientarse necesariamente a despertar y educar la libertad. Sin ella no hay persona. Y sin ella tampoco hay persona cristiana. Educar la libertad es promover la responsabilidad, no la independencia y, menos, el capricho. No confundamos.
Sin buscar solemnes definiciones de la libertad, podemos decir que ser responsable es asumir las consecuencias de nuestras acciones y decisiones. Max Weber acuñó la expresión «ética de la responsabilidad». Responsabilidad es lo que hace persona a la persona. El ser humano es responsable de sí mis¬mo y de su vida, responsable ante Dios -como dicen los teólogos- y responsable ante sí mismo y ante los demás -como dicen los filósofos-.
La Biblia entiende al ser humano como alguien que responde a la llamada de Dios. Pero ¿qué significa esto en concreto? ¿Cómo y cuándo tengo que asumir mi responsabilidad?

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